Decía el escritor Italo Calvino que “las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje”. Añadía que las ciudades son lugares de trueque, pero señalaba que esos trueques no consistían tan sólo en un intercambio de mercancías, sino que se fundamentaban principalmente en un intercambio de palabras, de deseos, de recuerdos.
Gijón es una ciudad con memoria, tiene muy presentes sus orígenes y la historia que desde entonces la ha venido conduciendo hasta el presente. Y precisamente porque no olvida su pasado, sabe hacia dónde quiere ir. Gijón expresa esa memoria, esos deseos, con su propio lenguaje. Se manifiesta de muchas formas: en los movimientos ciudadanos, en las voces de las asociaciones vecinales, en las informaciones de los medios de comunicación, en las celebraciones en la que sus vecinas y vecinos se encuentran y se reconocen mutuamente y festejan lo vivido y aguardan lo que está por venir.
También se manifiesta en las urnas, que son las que nos han traído hoy hasta aquí. Quiero empezar esta intervención agradeciendo a las gijonesas y gijoneses que depositaran mayoritariamente su confianza en mí y en el partido al que represento, el PSOE, para dirigir sus destinos durante los próximos cuatro años. Es un honor y un orgullo, tan grandes que no encuentro adjetivos que puedan designar su dimensión verdadera. Y es, también, una responsabilidad que afronto con consciencia y con ilusión. Con ilusión, porque no puede haber tarea más ilusionante que la de regir la ciudad en la que he decidido vivir, aquélla con la que más me identifico, la que mejor me ha recibido y la que más me ha dado. Con consciencia, porque sé que la tarea exige esfuerzo, tesón y disciplina, tres virtudes que tanto yo como mi equipo de gobierno nos comprometemos a desarrollar desde el minuto uno hasta agotar nuestras fuerzas. Les aseguro que nuestro horizonte, siguiendo a Simone Veil, será “trabajamos en lo posible para cambiar lo imposible”; frase que aúna lo que debe ser la tarea y la responsabilidad política que hoy asumimos.
Así tiene que ser, porque así nos lo exigen los tiempos y también la ciudadanía. Vivimos una época de cambios constantes, con nuevas necesidades a las que debemos dar respuesta y preocupaciones urgentes que debemos resolver. Es cierto que el ayuntamiento es la administración más pequeña, pero también la que está siempre en contacto directo con la ciudadanía, la que trata a diario con la gente de tú a tú y sabe por ello qué le interesa o qué le inquieta. Es, por esa razón, una administración predestinada a hacer sociedad, a establecer vínculos entre las personas para que se sientan partícipes de un espacio común. El ayuntamiento debe ser la casa de las vecinas y vecinos de Gijón. El lugar al que pueden ir para compartir sus desvelos, para expresar sus opiniones, para hacer sus propuestas. Quiero que las gijonesas y los gijoneses empiecen a ver el Ayuntamiento como un espacio acogedor y sensible a sus demandas, y como alcaldesa me comprometo a estar constantemente a pie de calle para palpar el estado de ánimo de la ciudad. Para ver Gijón con los mismos ojos de la gente que la habita. Para abordar las cuestiones de mayor calado y también para cuidar los detalles. Porque los detalles, que muchas veces se desprecian, casi siempre son fundamentales para lograr una integración plena. Los Consejos de Distrito o el Consejo Social, , el rico y variado entramado asociativo gijonés, serán órganos claves en mi labor de gobierno, porque no olvido que desde hoy soy la alcaldesa de todas y todos los gijoneses, y quiero conocer de primera mano todas sus necesidades, pero también contar con interlocutores que me trasladen aquello que yo no llegue a ver. Pues como dice Mary Beard, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales de 2016: “ Hay que considerar el poder de forma distinta (…) pensar en el poder como atributo o incluso como verbo (“empoderar”) no como una propiedad.”
Gijón es la primera ciudad de Asturias en cuanto a tamaño y población. Es una ciudad que ha crecido mucho en unas pocas décadas y cuya vertebración no ha sido en los últimos años todo lo fluida que debiera. Ese crecimiento se debió, primero, a la industrialización que en la segunda mitad del siglo pasado la convirtió en uno de los principales motores económicos de nuestra comunidad autónoma. Y después, a su reinvención como una ciudad amable y emprendedora, inquieta e innovadora, que supo arriesgar en busca de nuevos nichos y dotarse de un carácter que llegó a ser admirado en España y en el mundo.
Las cosas han cambiado en los últimos tiempos. No se puede negar que existe un grave problema de desempleo que debemos afrontar de cara y sin excusas. Y entiendo que esa solución pasa por buscar oportunidades en la tecnología, en la innovación, en los nuevos sectores económicos que pueden encontrar aquí un espacio privilegiado en el que desarrollarse, gracias al apoyo que ofrecen el Parque Científico-Tecnológico, el puerto de El Musel o el Campus Universitario de Viesques. Espacios que ampliaremos con nuevos parques –Naval Gijón, La Camocha…- para acoger también nuevas empresas.
Tenemos que atraer esos nuevos sectores económicos, limpios, tecnológicos y también ligados a la salud y lo social, al mismo tiempo que apostamos por el talento de nuestra juventud, apoyando su formación y facilitando sus primeras oportunidades laborales. Tenemos que luchar para que ningún joven tenga que abandonar Gijón si no es por voluntad propia, y eso exigirá que nos comprometamos todos con el objetivo de hacer de ésta una ciudad atractiva y dinámica, una ciudad en la que las empresas quieran instalar sus sedes cuando descubran que, por mucho que busquen, difícilmente encontrarán un lugar mejor.
Lograr eso implica, a su vez, solucionar otras cuestiones que están pendientes y que constituyen, además, uno de los grandes motivos de preocupación de nuestro tiempo. Me refiero a la movilidad y el medio ambiente, dos factores que se relacionan mutuamente y en los que debemos trabajar con la convicción de que de ellos dependerá, en gran medida, nuestro futuro. Gijón debe ser una ciudad cada vez más libre de humos, en la que el transporte público tenga la suficiente vitalidad como para que se pueda prescindir de los coches en los desplazamientos urbanos. Gijón debe identificarse con la limpieza, con el bienestar, con la salud. Tiene que mantener su apuesta por el reciclaje. Y en la línea de las grandes ciudades europeas, tiene que ser una ciudad concebida para el paseo, lo que es tanto como decir para el encuentro y el diálogo, tan importantes a la hora de construir sociedad y crear conciencia de ciudadanía. Tenemos el reto de convertirnos, por lo tanto, en un modelo de unión entre la industria y la sostenibilidad, entre la actividad económica y el cuidado del medio ambiente, porque sin un entorno saludable no hay posibilidad de futuro. Y no me refiero sólo al aire. También el agua juega un papel fundamental en esta ciudad a la que el mar arropa y que tanto se reconoce en él. No podemos consentir que se repitan imágenes como las que hace apenas un año mostraban el Cantábrico enlodazado en la playa de San Lorenzo. El símbolo por antonomasia de Gijón no puede mancillarse porque los símbolos son importantes, y una ciudad que empieza por descuidar sus propios símbolos termina por descuidarse a sí misma. Debemos poner en marcha la depuradora del este y velar porque la calidad de nuestras aguas, en San Lorenzo y en las otras playas del concejo, sea siempre la mayor posible. Y también tenemos que explotar todas las posibilidades que ofrece nuestro magnífico litoral para abrirlo aún más a la ciudadanía, para reforzar esa simbiosis entre la ciudad y el mar que hace que la una no pueda explicarse sin el otro.
Estamos hablando, en definitiva, de acometer una gran transformación urbana que de manera definitiva incorpore esta ciudad al siglo XXI, que la actualice y la prepare para todo lo que pueda estar por venir en las próximas décadas. No podemos trabajar con una perspectiva de tan sólo cuatro años. Tenemos que pensar en el Gijón de los próximos veinte o treinta años y diseñar los cimientos de una ciudad que perdure y que innove sin dejar de permanecer fiel a sus esencias. Ya se están dando los primeros pasos hacia esa transformación. El Plan de Vías, al fin en marcha tras muchos años de parálisis, supondrá un impulso imprescindible. Porque supone mucho más que la construcción de una estación y la llegada de la alta velocidad o el fortalecimiento de nuestra conexión con el exterior. Supone también romper con las fronteras que se han venido levantando entre los barrios. He dicho muchas veces que Gijón es una ciudad multicéntrica. Una urbe estructurada a partir de la suma de muchos barrios, cada uno con su propia identidad, y que se siente orgullosa de la personalidad plural que le confiere esa diversidad. Esos barrios deben estar siempre conectados entre sí. Una ciudad que se precia de estar siempre conectada con el exterior no puede tener fronteras internas, y el Plan de Vías y el metrotrén facilitarán esa reconexión entre los distintos corazones de Gijón.
La puesta en marcha de ese Plan de Vías coincide, además, con la organización del Área Metropolitana Central, que también busca mejorar la movilidad sostenible en nuestra comunidad autónoma. Como primera ciudad de Asturias, Gijón tiene que ser un motor para la configuración de ese Área Metropolitana y participar de ella incorporando sus principales señas de identidad. Porque también ese Área Metropolitana busca reforzar el reconocimiento mutuo entre las asturianas y los asturianos. Crear un gran espacio del que todos y todas nos sintamos partícipes y que refuerce nuestra pertenencia a una ciudadanía plural. Sabemos bien que la unión hace la fuerza, y es el momento de que esas palabras se hagan realidad en Asturias. Tenemos que convertir la diferencia, lo diverso, en una razón más para unirnos. Eso Gijón lo ha venido haciendo desde sus mismos orígenes, y ese empeño, y sus excelentes resultados, la han llevado a convertirse en esta ciudad de la que tan orgullosas y orgullosos nos sentimos.
Y dentro de ese proyecto de ciudad que defiendo, y que quiero desarrollar junto a las mujeres y los hombres que conforman mi equipo de gobierno, también la educación juega un papel nuclear. La educación garantiza el pleno ejercicio de nuestros derechos y constituye, junto con la cultura, un elemento civilizatorio. Es cierto que el Ayuntamiento carece de competencias propias en materia educativa, pero no es menos cierto que tiene la capacidad de arropar las políticas autonómicas. Quiero recuperar, con toda su potencia, la idea de Gijón como ciudad educadora. Una ciudad que ofrezca recursos continuos para la educación de nuestra infancia y juventud, pero que también sea por sí misma un agente educador. Debemos lanzar un proyecto coherente para los centros educativos y fortalecer la formación continua de la ciudadanía, potenciar eso que venimos llamando «aprender a aprender» y que se ha de llevar a cabo desde la Universidad Popular, la Red de Bibliotecas, los Centros Municipales Integrados, la Red de Museos y el Teatro Jovellanos.
En mi etapa de consejera, siempre defendí que la educación conducía a la cultura y que ésta constituye a su vez un continuo proceso de aprendizaje. La cultura asegura la humanización y la racionalidad y, en consecuencia, propicia nuestro crecimiento como sociedad. La cultura es recepción y es producción. Es garantizar que la ciudadanía tenga acceso a las manifestaciones culturales y es velar para que las personas que crean encuentren las condiciones idóneas para trabajar y difundir sus obras. La cultura es, también, diálogo y conexión. Gijón, que siempre ha sido conocida y reconocida como una ciudad innovadora, dinámica y creativa, lo sabe bien y durante muchos años trabajó para dotar a esa convicción de fuerza y contenido. La literatura, el cine, la música y el teatro han sido los cuatro grandes pilares sobre los que esta ciudad construyó un modelo cultural que tenemos que recuperar y potenciar. No podemos desaprovechar nuestros propios recursos, ni tampoco dejar de apoyarnos en equipamientos como Laboral Ciudad de la Cultura o LABoral Centro de Arte, que aunque dependen del Gobierno del Principado de Asturias forman parte de nuestra ciudad y deben seguir jugando un papel importante en su actividad. Y además, tenemos por delante el apasionante reto de la Fábrica de Tabacos, que debe erigirse en el símbolo que represente una nueva definición de nuestra oferta cultural y de nuestra rotunda apuesta por la creación.
La educación y la cultura, si lo son realmente, suponen transformación, mejora, bienestar y crecimiento. Son innovación. Una ciudad que se aprecie, que crea en sí misma, tiene que ser una ciudad innovadora, porque todos los días piensa en cómo ser mejor. El pasado no es puerto de llegada ni de anclaje, es el punto de partida para un presente mejor y un futuro hecho desde la consciencia. Gijón ha gozado del reconocimiento nacional e internacional por su dinamismo transformador para, siendo ella, ser cada día mejor, más habitable, más humana, sensible a las necesidades de sus vecinas y vecinos. Esto justamente era el denominado modelo Gijón. Volveremos a la senda de ese modelo. Volveremos a la senda de la innovación porque es la manera de no perder el futuro, de hacerlo con nuestras manos para que, en este complejo mundo global, sea nuestro. Un futuro que está en Europa o, mejor dicho, con Europa, que ya no es una idea abstracta sino que se concreta en sus ciudades. Gijón fue una de ellas, y volverá a serlo, porque volveremos a Europa. Aprenderemos con ellas porque nuestro camino de futuro se hace conjuntamente, desde valores profundos y compartidos, que se resumen en derechos, libertades e inclusión.
Todo nos importa, todo nos afecta y en todo hemos de tener una posición y un papel. Nuestra tierra y nuestro mar nos comunican con el mundo en el que queremos estar; del que queremos ser agentes y serlo para extender y compartir derechos, sostenibilidad y bienestar. Por ello, los Objetivos de Desarrollo Sostenible han de ser nuestros objetivos también y nuestra contribución, desde el día a día de sus vecinas y vecinos, de sus barrios y plazas, a un mundo mejor y sostenible. Mirar hacia fuera nos exige realizar un trabajo dentro: los Objetivos de Desarrollo Sostenible nos apelan directamente en nuestro entorno cercano. Y nunca, las gijonesas y los gijoneses, hemos rehuido nuestro trabajo.
Decía Linda McDowell que “las ciudades son el cuerpo físico de la ciudadanía; el espacio igualitario genera salud a la ciudadanía. Habitar en igualdad una ciudad genera calidad de vida”. Por ello, he querido dejar para el final un elemento indispensable para convertir en realidad todo lo que he expuesto hasta el momento. Me refiero a la igualdad entre mujeres y hombres. Nada de lo que queremos hacer será posible si no convertimos la igualdad en el eje que oriente nuestras políticas. No podremos construir una ciudad inclusiva, en ningún sentido, si esa inclusión no se extiende a toda la ciudadanía. Es indispensable terminar con la discriminación y la desigualdad que padecen las mujeres, porque esa desigualdad atraviesa las esferas económicas, las sociales, las culturales, e imposibilita el desarrollo pleno de la sociedad que queremos, que debemos, construir. Lo dijo bien Amelia Valcárcel, quien dirige la escuela feminista que lleva el nombre de Rosario Acuña, una gran pensadora que falleció en nuestra ciudad, con unas palabras que quiero citar literalmente: «La feminización de la pobreza es un hecho. La falta de oportunidades de empleo acordes con la formación, otro. El acoso y, cuando cabe, la violencia, otro más. Todo ello para un colectivo cuyo único defecto visible parece ser el no haber tenido la previsión de nacer con otro sexo.»
Y este, nacer mujer y tener o haber tenido pareja, ha sido la única razón para que, en los últimos 16 años, 1000 mujeres fueran asesinadas en nuestro país. Una cifra escalofriante que debería mover todas las conciencias, voluntades y políticas en un esfuerzo conjunto por erradicar la violencia contra las mujeres y la desigualdad que la sustenta.
También Gijón fue pionera y referente en el reconocimiento de esta realidad, de este desajuste, y en la lucha para combatirlo. La primera casa de acogida de Asturias estuvo en Gijón (1988). Hoy la Casa Malva es un claro referente en la atención a las mujeres que sufren violencia de género, y de sus hijas e hijos. Además, no podemos olvidar que fue una asociación de mujeres de esta ciudad, Les Comadres, quienes, en colaboración con la Asociación de Mujeres por la Igualdad de Barredos, en Laviana, pusieron en marcha el Tren de la Libertad, aquella iniciativa, en principio modesta, que terminó marcando un punto de no retorno y convirtió nuestra ciudad en un foco de la cuarta ola del feminismo. Tenemos que recuperar ese protagonismo y volver a situarnos en la vanguardia; porque como señalaba Francis Wright “la igualdad es el alma de la libertad; de hecho no hay libertad ni ciudadanía plena sin ella”.
Ésa es, en resumidas cuentas, nuestra meta: reinventar el Gijón que queremos para mejorar el presente y ganar el futuro. Es lo que la ciudadanía nos exige, es mi compromiso como alcaldesa y es el deber de todos los aquí presentes, en tanto que representantes electos de la voluntad de las gijonesas y los gijoneses. Garantizo que daré lo mejor de mí misma para lograrlo, que antepondré los intereses de la ciudadanía a cualesquiera otros y pido a los grupos políticos que verdaderamente defienden convicciones democráticas que antepongan el diálogo y la voluntad constructiva a cualquier otro interés de índole partidista. El diálogo y construir conjuntamente serán las herramientas que desde el gobierno municipal utilizaremos para que Gijón avance. Las elecciones ya han pasado y nos aguardan cuatro años en los que nos jugamos el futuro de una ciudad, la nuestra, que no puede perder más tiempo. Es un trabajo arduo el que tenemos por delante y es, sobre todo, una gran responsabilidad que no podemos desatender de ningún modo. Nuestras convecinas y nuestros convecinos no nos lo perdonarían, y a partir de hoy es ante quienes respondemos.
Muchas gracias.