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El legado de los ausentes

  • Artículo de la candidata del PSOE a la Alcaldía de Gijón, Ana González, publicado en El Comercio

No empezó el año con buen pie en nuestra ciudad. En los siete días que mediaron entre el 14 y el 21 de enero, de lunes a lunes, tuvimos que afrontar cinco pérdidas dificilísimas por el enorme sentimiento de orfandad que dejaron a su paso. Cinco fallecimientos totalmente inesperados de personas que, además de ser muy queridas y apreciadas por sus respectivas trayectorias, compendiaban, cada una a su manera, lo mejor de una época que también era nuestra y que poco a poco va quedando atrás de manera irremediable.

El primero en decir adiós fue Juan Cueto Alas. Tenía la Medalla de Oro del Principado de Asturias y era Hijo Adoptivo de Gijón, y ninguno de esos reconocimientos le fue dado por capricho. Sus conocimientos, su vocación de aprender constantemente, su atención al pulso de los tiempos, hicieron de él una personalidad brillante que puso en marcha proyectos que destacaron con luz propia y que aún hoy se citan constantemente como referentes ineludibles. A él se debieron Los Cuadernos del Norte, aquella revista que marcó un paradigma en el panorama cultural de los ochenta, y de sus ideas nació el diseño español de Canal Plus, la primera televisión de pago de nuestro país.Con ella inició una senda que muchos creyeron errónea pero que terminó marcando el desarrollo del sector audiovisual. No sólo eso: en sus artículos, en sus libros, Cueto analizó el camino que nos iba conduciendo desde la posmodernidad a la globalización y, con su mirada lúcida y casi siempre profética desentrañó las claves del presente y aventuró la dirección del porvenir. Pero además, los asturianos y las asturianas le debemos algunos libros, como la ‘Guía secreta de Asturias’ o ‘Los heterodoxos asturianos’, que fueron importantísimos porque supieron observar nuestra comunidad autónoma desde una perspectiva clarividente y sanamente escéptica, concienzuda y desmitificadora.

Un día después, sin darnos tiempo a digerir la tristeza, fallecía en su domicilio de Gijón el dibujante Isaac del Rivero, un artista conocido y reconocido cuyos trazos de adscripción hiperrealista forman parte del imaginario de varias generaciones. Su impronta, sin embargo, va más allá, y esta ciudad nunca le agradecerá lo suficiente el que, en 1963, tomara la iniciativa de instaurar en la Universidad Laboral un Certamen Internacional de Cine para la Infancia y la Juventud. En él estuvo el germen del actual Festival Internacional de Cine de Xixón, que conserva una sección modélica llamada ‘Enfants Terribles’ como homenaje a aquellos primeros tiempos en los que esta cita se dedicaba por entero a las generaciones más jóvenes. Quiero recordar también que Isaac del Rivero se ocupó de adaptar al cómic textos tan importantes de nuestra literatura como ‘La Regenta’ o ‘Adiós, Cordera’, y que también trasladó al lenguaje de las viñetas la vida de Jovellanos. Fueron empeños en los que persiguió, como siempre hizo, la excelencia artística, pero en los que también actuó movido por un intenso afán divulgador que permitió que la obra de ‘Clarín’ y la biografía del ilustrado gijonés llegaran de manera natural a un público amplio.

Poco se puede decir de Vicente Álvarez Areces que no se haya dicho ya –yo misma me referí por extenso a su legado en un artículo que se publicó en este mismo periódico al día siguiente de su fallecimiento-, pero, al mismo tiempo, todo lo que se diga se quedará corto ante la magnitud de un legado que definirá durante mucho tiempo las personalidades de Gijón y Asturias. Es bien fácil apreciar todo lo que de él ha quedado en nuestra ciudad: basta con salir a la calle y dar unos pocos pasos para que, en cualquier esquina, nos encontremos con algún logro que, directa o indirectamente, debemos a Tini. El Teatro Jovellanos, los Centros Municipales, la red de saneamiento, la reforma integral de El Llano, las playas de Poniente y El Arbeyal o la Semana Negra, en cuyo nacimiento también tuvo mucho que ver Juan Cueto, son sólo unas pocas de sus muchas contribuciones a esta ciudad que le debe, en buena medida, su actual razón de ser. Su apuesta por el campus universitario de Viesques y su tesón para restaurar e imprimir un nuevo rumbo a la Universidad Laboral son el mejor ejemplo de su apuesta por la educación y la cultura, las piedras básicas sobre las que cimentó su pensamiento político y que siempre defendió sin ambages porque sabía que sólo a través de ellas se conforma una sociedad abierta, participativa y crítica.

Esa sociedad era la que defendía, desde su republicanismo activo y mantenido a lo largo de las décadas, el apreciado Francisco Prendes Quirós. Sus facetas de abogado y de escritor, y los paseos que le convertían en un rostro habitual de las calles y las plazas y los cafés gijoneses, constituyeron la parte más visible de una personalidad riquísima y en cuya biografía destaca su importante contribución a nuestra democracia. Prendes Quirós fue, como recientemente recordaba Pedro de Silva, el hombre de Tierno Galván en Asturias, lo que es tanto como decir el representante de una idea del socialismo y la convivencia que cobró gran relevancia a partir del momento en el que nuestro país recuperó las libertades que le habían arrebatado los cuarenta años de dictadura. Formó parte del Gobierno preautonómico, el punto de partida de lo que hoy es Asturias, y todas las personas que compartieron con él aquellos años le agradecieron siempre su disposición al diálogo y un talante nada sectario y mucho más propenso al acuerdo que a los maniqueísmos.

Y cuando la semana ya nos había sumido en una tristeza y un desconcierto que parecían definitivos, el pasado lunes conocimos el fallecimiento de Elena de Uña, una de esas mujeres que dejan huella allí por donde pasan porque su compromiso y su trabajo son tan admirables como invencibles. A Elena la recuerdan bien en la Sociedad Cultural Gijonesa y en otras iniciativas asociativas y culturales en las que se implicó todo lo que pudo y más, porque estaba firmemente convencida de que la cultura es el principal motor de las sociedades, y sabía que para arrancarlo con solvencia lo mejor es situarla a pie de calle. Era una mujer discreta, sin afición a ocupar primeros planos, pero cuya labor se hizo imprescindible a la hora de auspiciar iniciativas y proyectos que, desde finales de la década de 1970, ayudaron a dinamizar una ciudad que amenazaba con morir de depresión y terminó erigida en estandarte de un modo de entender la vida, la agitación social y la convivencia. Como mujer, no puedo menos que reivindicar su ejemplo. Como socialista, debo decir que me precio de haberla tenido como compañera.

Demasiada pérdida en muy poco tiempo para una ciudad que ahora tendrá que ir paulatinamente digiriendo sus ausencias. Sin embargo, éstas no deben ser una excusa para que su trabajo permanezca sólo en el recuerdo. Hay dos objetivos inmediatos que Gijón se debería plantear para no ser desleal con todo lo que estas personas hicieron por y para ella: primero, perpetuar adecuadamente su memoria; después, tener presente todo lo que nos enseñaron y aprovechar ese bagaje para impulsarse hacia el futuro. Ni podemos ser injustos con su legado, ni nos podemos permitir el lujo de no tenerlo en cuenta.

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