Artículo del portavoz del Grupo Municipal Socialista, José María Pérez, publicado en La Nueva España
La vida de las y los españoles ha cambiado en las últimas 3 décadas de una manera asombrosa. Aunque los últimos años han sido muy difíciles para parte importante de nuestra sociedad, el balance de este tiempo de pertenencia a la Unión Europea es altamente positivo y explica en buena medida el desarrollo económico y social que hemos experimentado.
La opinión pública no siempre lo considera de ese modo. Quizá contribuya a ello que siempre se culpe a Europa de todas las decisiones “incómodas” que se adoptan desde los países. Quizá sea que de Europa solo se habla para lo anecdótico, y no siempre positivo. Quizá influya que es más interesante y fácil buscar fuera las responsabilidades de lo que nos pasa dentro por decisiones propias.
Lo cierto, no obstante, es que Europa es la esperanza para que podamos afrontar el futuro, con posibilidades de conseguir que sea mejor que este presente que no nos gusta. Vivimos un cambio de época en la que el centro del poder económico y político está girando hacia Asia y el Pacífico, donde China se ha convertido en la mayor economía del mundo y los siete países emergentes más desarrollados (China, Rusia, Brasil, India, México, Indonesia y Turquía) superan en riqueza al famoso G-7 del que escuchamos hablar en los informativos, y que agrupa a las que venían siendo las economías más ricas. Las previsiones apuntan a que en 2050 solo Estados Unidos seguiría en ese grupo, desapareciendo del mismo los cuatro países europeos que ahora lo integran.
Ante esa realidad, es evidente que somos pequeños en el contexto global y que por separado seremos irrelevantes en la toma de decisiones que afectarán a nuestro porvenir. Las crisis migratorias, el abastecimiento energético, la lucha contra el cambio climático o los problemas de seguridad relacionados con el terrorismo y las guerras, requieren respuestas supranacionales y si no vamos juntos, si no actuamos como Europa y preferimos hacerlo como pequeños estados, nuestra opinión carecerá de fuerza alguna frente a la de los países más ricos y poblados del planeta. Todos juntos suponemos unos 500 millones de personas y una enorme fuerza económica y comercial, pero de nada servirá si vamos por separado (y ejemplos de esto tenemos para aburrir).
Pero Europa es una referencia en valores. Somos la cuna de la democracia y hemos hecho del respeto a los derechos humanos una máxima que nos guía y que ha servido para asentar una paz que puso fin a siglos de enfrentamiento entre los países del continente. Frente a nuestro modelo hay otros con sistemas autocráticos, de partido único y de valores que a menudo chocan con los europeos que ganan peso económico e influencia política a nivel global. ¿Podemos ser ajenos a esa realidad?, ¿tenemos que resignarnos a que los valores predominantes sean ésos frente a los que representamos como sociedad europea?. Creo que ni debemos ni nos lo podemos permitir, si queremos que el futuro de las próximas generaciones sea mejor.
Creo sinceramente que depende de nosotros, de la ciudadanía europea, que seamos capaces de sumar para tomar conciencia de que juntos somos más fuertes, más capaces y de que somos mucho mejores. Asumamos y respetemos nuestras diferencias e integremos a quienes viven con nosotros y nos ayudan a sacar este proyecto colectivo adelante. Multipliquemos las energías para construir una Europa que sea capaz de avanzar con fuerza frente a los populismos de todo signo, que la atacan en busca de ventajas partidarias de corto plazo y vuelo bajo. Olvidemos los eslóganes vacíos que culpabilizan a unos u otros y empecemos a concretar cómo se pueden garantizar derechos europeos que nos unan más allá de las fronteras nacionales.
Si algo falló en la gestión de la crisis económica ha sido la falta de instrumentos ágiles y eficaces para tomar decisiones en la zona Euro. Igualmente, las crisis migratorias de los últimos años se han agravado por la falta de mecanismos continentales para gestionarlas, aunque eso costase conflictos sociales y hasta víctimas mortales. Son dos ejemplos de que menos Europa supone más problemas y que las consecuencias de éstos las pagan la inmensa mayoría de la ciudadanía, y no las élites que desde sus despachos piden salir de la Unión Europea, critican el Euro o aplauden discursos ultranacionalistas como los de Trump o Putin.
60 años después de la firma del Tratado de Roma, más Europa es para mí sinónimo de mejor futuro y la mejor garantía de que las próximas generaciones puedan disfrutar de una vida más próspera que la nuestra.