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Tabacalera, promesa o catástrofe

Artículo de Opinión de Jorge F. León, secretario de Cultura de la Agrupación Municipal Socialista de Gijón/Xixón, publicado el 30 de noviembre de 2024 La Nueva España

De las decisiones que ahora se van tomando depende que los usos futuros del complejo de Tabacalera se conviertan en una promesa o en una catástrofe para Cimadevilla y para Gijón.

En la oscuridad de algún despacho, escaso de medios y sin transparencia alguna, puede que alguien esté decidiendo ahora mismo cosas que nos van a afectar seriamente en los próximos años en Gijón. No es un asunto banal. Ni siquiera materia que preocupe únicamente a las gentes del mundo cultural. Afecta al futuro de un barrio histórico y al futuro de los servicios culturales del municipio. Tiene que ver con las respuestas a las incontables preguntas que siguen planeando sobre el uso del complejo de edificios e instalaciones que llamamos Tabacalera. Y si nunca hablamos de ello, si no percibimos sus oportunidades y riesgos, será porque pensamos que la cultura es el capricho de quien manda en cada institución, o en cada sitio. Ni más ni menos.

Tras dos décadas de proceso, desde que el gobierno de Paz Fernández Felgueroso inició las consultas sobre los usos del complejo, hemos oído muchas versiones de lo que allí va a ubicarse, cuatro por lo menos hasta ahora; pero poco o nada se ha publicado sobre el impacto previsible de la conversión de un taller de producción, que llegó a ocupar a más de dos mil empleos, principalmente femeninos, una fábrica que generaba a diario un tráfico de trabajadoras en torno al edificio y al barrio, con sus ritmos horarios y sus relaciones, en un edificio de servicio público dominantemente cultural, que solo movilizará de forma sistemática a las docenas de personas que formen su plantilla; un edificio que puede generar tráficos humanos muy distintos en función de las contenidos que ofrezca. Un equipamiento que, de cometer el error de convertirlo en un espacio cerrado a la vida de la comunidad y pensado para el turismo, creará el mismo número de problemas que ya han generado iniciativas similares en ciudades de medio mundo. Y llevado a cabo con dinero público, principalmente municipal, de todas y todos los gijoneses.

Si hay una palabra que ya se han aprendido quienes viven en el barrio es “gentrificación”. Y no creo equivocarme en que, en cuanto conocen su significado, tuercen el gesto. Porque quienes aún siguen viviendo en Cimavilla, han oído casos que se repiten en todas las ciudades medias europeas desde hace décadas. Primero llega la cultura y sus fanfarrias; luego la siguen nuevas ofertas de ocio y pequeños negocios compitiendo con los existentes; más tarde gentes atraídas por un lugar céntrico y cool empujan la presión urbanística sobre el vecindario más humilde, hacen subir el coste de vida y provocan el abandono de la población asentada que no puede resistir los nuevos precios de todo. Y ya tenemos otro barrio creativo, desigual y excluyente, a semejanza de lo que podemos ver en ciudades como Barcelona, Bilbao, Madrid, Sevilla, Valencia, Burdeos…por citar solo algunos ejemplos cercanos.

Hace diez años se presentaba un documental ejemplar que explica muy bien la llegada de este mecanismo de expulsión y el papel central de las soluciones culturales museísticas. Puede verse en internet y se llama “MACBA: La derecha, la izquierda y los ricos”. Disecciona las formas de instrumentalización y privatización encubierta de la cultura financiada con el dinero público, hasta convertirla en la avanzadilla del proceso de sustitución del vecindario de un barrio degradado en el centro de una ciudad. Échenle una mirada y entenderán mejor de qué estamos hablando. A pesar de las buenas intenciones de algunas autoridades responsables la llegada de este nuevo museo, junto con la ubicación de otras instituciones culturales y académicas, transformó no solo la fisonomía urbanística sino también la humana de todo su entorno. Estudios hay de sobra que lo analizan y detallan. A lo mejor alguien quiere eso para Cimavilla.

Estamos no obstante a tiempo. Los anuncios del último año y medio sobre nuevos cambios de uso de Tabacalera nos llevan de nuevo al punto de salida, quince años después. Parece que se trata de un espacio museístico de usos aún bastante indefinidos, con nuevos edificios que pueden o no resultar útiles para el complejo como un espacio de uso comercial, un auditorio en apariencia convencional o la posible reubicación del Museo Piñole. Pero nada se dice de instalaciones o espacios que enriquezcan la vida cotidiana del barrio o que acojan a su vecindario a diario para ampliar la vida colaborativa, tradicionalmente tan arraigada allí. Ni tampoco una palabra sobre cómo ese equipamiento grande puede llegar a ser un gran equipamiento ciudadano, conectado a la red de centros municipales y coordinado con el resto de la acción cultural del municipio. Ni se menciona mecanismo alguno de gestión que reserve un papel a la comunidad más cercana y permita pensar en un centro cultural situado, que hagan suyo con orgullo quienes viven y trabajan en Cimavilla. Todo ello necesita diálogo y colaboración, eso que tanto se pide y tan poco se practica.

De seguir así los meses, en ese silencio altivo de quienes creen saber lo que es bueno, pero no lo quieren compartir y menos debatir, el daño para el barrio y sus gentes puede ser irremisible. Porque el efecto catastrófico de iniciativas así para la población será mucho mayor que el que afectó a quienes fueron despojados de sus vidas cotidianas en Barcelona o Bilbao. La comunidad en torno al cerro es poco menos que una especie en peligro de extinción. Los planes especiales, con iniciativas del tamaño e impacto de Tabacalera, pueden provocar su inmediato colapso. Y dañar gravemente los equilibrios de Gijón en su conjunto. ¿Habrá respuesta?